Cuando el calendario se va acercando a noviembre, el rancho se cubre de silencio y el viento se siente distinto. Aunque soy vaquero y mis días transcurren en la tierra dura del campo, hay algo en el Día de Muertos que me hace sentir el lomo helado. El Día de Muertos es el momento en el que uno piensa en quienes ya cabalgaron al más allá, en esos amigos y parientes que, aunque no los vemos, andan rondando cerca, más vivos que nunca en nuestros recuerdos.

La Llamada de los Espíritus

Dicen en la ciudad que el Día de Muertos es para recordar a los difuntos, pero yo, que he escuchado el viento silbar en noches solitarias, sé que es algo más. Es cuando el alma se para firme y escucha el eco de quienes se fueron. En el rancho, nos gusta poner ofrendas como manda la tradición: unas velas de cebo, un poco de tequila y hasta una bota vieja si el difunto fue de los que caminaban el campo con temple.

Ofrendas Vaqueras

Las ofrendas de un vaquero son sencillas, pero bien sentidas. No faltan las flores de cempasúchil que se siembran en algún rincón de la tierra para este propósito. También hay algo de comida, un pan que amasaron las manos de la abuela, una charola de carne seca y un poco de frijoles, porque uno sabe que el otro lado no está tan lejos y que a veces esos espíritus se animan a dar una vuelta, sobre todo si los trataste bien en vida.

Recuerdos de los Viejos Compañeros

El Día de Muertos es el momento de acordarse de los compadres que se adelantaron. Hay un dicho entre vaqueros: “El que se va primero, se queda en las canciones.” Y es cierto, muchos de esos hombres y mujeres que cabalgaron a nuestro lado ahora viven en nuestras historias, en esas noches de fogata donde sus nombres se pronuncian, y los viejos tiempos vuelven a vivir, aunque sea en palabras.

La Noche de las Almas

Es en la noche del 1 y 2 de noviembre cuando el rancho se siente más vivo. Aunque no lo veas, hay algo que se mueve en el aire, en las sombras. En silencio, uno sale al campo, mira las estrellas y sabe que en algún lugar, entre los vivos y los muertos, hay una línea tan delgada como un hilo de cuero. Ahí es donde están ellos, mirándonos, y uno los siente, como si fuera una compañía invisible.

Un Último Trago para los Caídos

El Día de Muertos es también momento de levantar un vaso y brindar por aquellos que ya no están. Porque aunque el destino nos separe, el alma vaquera no olvida a sus muertos. Cada trago, cada canción, es para decirles que aquí los esperamos, que este lado del camino aún guarda un lugar para ellos. Y así, entre recuerdos y brindis, el Día de Muertos en el rancho no es un adiós, sino un hasta luego.

ALAN RAMIREZ